Por Rafael Luciani.
(Encuentro online realizado por el CELAM el día 16 de agosto de 2023).-El Sínodo sobre la sinodalidades el esfuerzo más importante y el proceso más extenso que ha realizado la Iglesia Católica a lo largo de su historia para emprender un camino de “conversión y reforma” (Instrumentum Laboris 4). A la luz de los signos actuales de los tiempos se profundiza la senda abierta por el Concilio Vaticano II y se nos pregunta “¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” (…); y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?” (Documento Preparatorio 2; ILprólogo). En otras palabras, ¿qué significa ser y hacer Iglesia hoy y para todo el tercer milenio?
Desde su convocatoria, el Sínodo no ha querido partir de una idea preconcebida, sino que ha puesto en marcha un proceso que nos ha invitado a salir de nosotros mismos para tener la experiencia de escucharnos mutuamente, aprender de lo escuchado, identificar los desafíos epocales y discernir las prioridades pastorales para la misión de la Iglesia en los distintos lugares donde hace vida.
La opción de haber iniciado con procesos de escucha recíproca ha permitido “una progresiva apropiación y comprensión de la sinodalidad desde dentro, que no deriva de la enunciación de un principio, una teoría o una fórmula, sino que se mueve a partir de la disposición a entrar en un proceso dinámico de palabra constructiva, respetuosa y orante, de escucha y diálogo” (IL 18). Esuna primera experiencia global de que, “en la Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales” (CTI, Sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia 68).
“La experiencia nos está ayudando a tomar conciencia de que caminar juntos no se reduce a habitar en el mismo espacio o vivir bajo las mismas leyes. Pero tampoco se da por la mera pertenencia a la institución eclesiástica”
La experiencia que ha brotado en las distintas etapas —de la diocesana a la continental— nos ha desinstalado de nuestros espacios eclesiales de confort cuestionando una visión rígida y moralizante del ser y el hacer Iglesia. Nos está ayudando a tomar conciencia de que caminar juntos no se reduce a habitar en el mismo espacio o vivir bajo las mismas leyes. Pero tampoco se da por la mera pertenencia a la institución eclesiástica o la participación en algunas reuniones eclesiales cuando surge una crisis.
El Documento Preparatorio con el que se inició el camino sinodal en el 2021, recordaba que “la sinodalidad es mucho más que la celebración de encuentroseclesiales y asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna en la Iglesia; la sinodalidad indica la forma específica de vivir y obrar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (Documento Preparatorio 10).
Para muchas personas esto puede parecer algo nuevo, pero “en el primer milenio caminar juntos, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia” (Documento Preparatorio 11) y “a este dinamismo de la Tradición se ha anclado el Concilio Vaticano II” (Documento Preparatorio 12). Hoy en día, el Sínodo sobre la sinodalidad está recepcionando y profundizando este modo de ser y proceder de una Iglesia Pueblo de Dios, no sólo a nivel de las prácticas y dinámicas de la vida eclesial, sino también en lo teológico.
Las consultas realizadas a nivel global testimonian cómo la experiencia hasta ahora vivida ha regalado la posibilidad de reencontrarnos con lo humano del otro/a, pero también nos ha ayudado a tomar conciencia de la necesidad de crear espacios y estructuras donde vivamos relaciones mutuas y horizontales, recíprocas y complementarias, que manifiesten el reconocimiento de nuestra dignidad bautismal.
“Para muchas personas esto puede parecer algo nuevo, pero “en el primer milenio caminar juntos, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia” (Documento Preparatorio 11)
Las consecuencias de esta visión teológica no han sido siempre fáciles de poner en práctica en la vida y misión de la Iglesia porque muchas personas, especialmente los ministros ordenados, lo han visto como algo discrecional u optativo. De hecho, con gran honestidad, algunos episcopados manifestaron que, “como obispos, reconocemos que la teología bautismal que impulsó el Concilio Vaticano II, base de la corresponsabilidad en la misión, no ha sido suficientemente desarrollada” (Documento para la Etapa Continental del Sínodo, 66). Aún así, hubo pequeñas comunidades de vida cristiana que reconocieron que “las prácticas de la sinodalidad vivida han constituido un momento crucial y precioso para darse cuenta de cómo todos, por el bautismo, compartimos la dignidad y la vocación común de participar en la vida de la Iglesia (CE Etiopía)” (DEC, 22). El Instrumentum Laboris recupera la centralidad de esta teologíaal afirmar que “una Iglesia sinodal se funda en el reconocimiento de la dignidad común que deriva del Bautismo” (IL 20).
Sobre la teología del bautismo podemos destacar cuatro aspectos, entre otros, que ofrece el Instrumentum Laboris. Primero, “el Bautismo crea una verdadera corresponsabilidad entre los miembros de la Iglesia que se manifiesta en la participación de todos, con los carismas de cada uno, en la misión y edificación de la comunidad eclesial” (IL 20). Segundo, ha de traducirse en derechos y deberes que permitan la inclusión y la participación de todos y todas, pues “no se trata de una exigencia de redistribución del poder, sino de la necesidad de un ejercicio efectivo de la corresponsabilidad derivada del Bautismo. Este confiere derechos y deberes a cada persona, que deben poder ejercerse según los carismas y ministerios de cada uno” (IL B.3.3). Tercero, son necesarias “instituciones, estructuras y procedimientos” [que permitan que] “la común dignidad bautismal y la corresponsabilidad en la misión no sólo se afirmen, sino que se ejerzan y practiquen” (IL 21). Cuarto, la teología del bautismo permite que “el ejercicio de la autoridad se aprecie como un don y se configure cada vez más como un verdadero servicio o diakonía“ (IL 21), especialmente a los más pobres y excluidos.
La teología del bautismo, fundamento de una Iglesia sinodal, supone, también,tomar conciencia que “una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha del Espíritu por medio de la escucha de la Palabra y los acontecimientos de la historia” (IL 22). Es el Espíritu quien nos unge por medio del Bautismo y nos habilita, no sólo para valorar las luces en el caminar, sino también para reconocer que la Iglesia “debe pedir perdón y tiene mucho que aprender”(IL 23). Especialmente, cuando su rostro “muestra hoy los signos de la crisis de confianza y credibilidad, relacionadas con abusos sexuales, económicos o de poder” (IL 23). Sin embargo, al caminar juntos vamos aprendiendo que la conversión es posible al encontrarnos y dialogar, al pasar “del «yo» al «nosotros» (…), en el que resuena la llamada a ser miembros de un cuerpo que valora la diversidad” (IL 25).
“La teología del bautismo, fundamento de una Iglesia sinodal, supone, también, tomar conciencia que ‘una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha del Espíritu por medio de la escucha de la Palabra y los acontecimientos de la historia’… ‘reconocer que la Iglesia “debe pedir perdón y tiene mucho que aprender'” (IL 22)
A lo largo del proceso sinodal reconocemos que esto no ha sido siempre fácil, pero una “característica de una Iglesia sinodal es la capacidad de gestionar las tensiones sin dejarse destruir por ellas, viviéndolas como impulso para profundizar en el modo de entender y vivir la comunión, la misión y la participación” (IL 28). Las tensiones pueden ser generadoras cuando dejamos que nos cuestionen y abran el camino hacia prácticas de inclusión radical, con la conciencia de que, “para incluir auténticamente a todos, es necesario entrar en el misterio de Cristo, dejándose formar y transformar por el modo en que él vivió la relación entre amor y verdad” (IL 27). Configurándonos con este modo evangélico de proceder podremos “ofrecer un testimonio de inclusión y aceptación radicales” (IL B 1.2), siguiendo el estilo y las opciones de Jesús.
Esto requerirá de una conversión auténtica que sepa dar primacía al otro en su situación concreta, especialmente a quienes han sido y siguen siendo excluidos y discriminados por la institución eclesiástica en razón de sus diversidades sociales, políticas, económicas o de género. El punto de partidade la inclusión en la Iglesia es siempre el reconocimiento del otro como sujetoque nunca pierde su dignidad bautismal. Esto supone actuar sin juzgar a nadie, pues todos y todas vivimos “nuestra realidad incompleta” y frágil y, aún así, ninguno es descartado, sino asumidos en el amor de Dios que sana las heridas y devuelve la esperanza para seguir caminando juntos porque Dios no considera a nada ni a nadie por perdido.
Cuando sintamos que a lo largo del proceso sinodal “todavía hay muchas cosas cuyo peso no somos capaces de soportar” (IL 29), resulta significativo el hecho de recordar que “una Iglesia sinodal es también una Iglesia del discernimiento” —y nunca del juicio o la condena. La vida eclesial está llamada a ser “abierta, acogedora y que abraza a todos” (IL 26) en razón de su dimensión pneumatológica. No somos dueños del Espíritu y tampoco quienes determinan por dónde o a través de quien nos habla hoy. “No hay frontera que este movimiento del Espíritu no sienta que debe cruzar, para atraer a todos a su dinamismo” (IL 26). De esta dimensión pneumatológica de la Iglesia todavía nos falta mucho por aprender y realizar (IL 23).
“La sinodalidad es quizás el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad, especialmente en un mundo que parece negar la fraternidad y la sororidad humana, y la amistad social”
En este momento de la historia, la sinodalidad es quizás el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad, especialmente en un mundo que parece negar la fraternidad y la sororidad humana, y la amistad social. De hecho, “la opción de caminar juntos es un signo profético para una familia humana que tiene necesidad de un proyecto compartido, capaz de conseguir el bien de todos. Una Iglesia capaz de comunión y de fraternidad, de participación y de subsidiariedad, en la fidelidad a lo que anuncia, podrá situarse al lado de los pobres y de los últimos y prestarles la propia voz” (Documento Preparatorio 9).
Pero estamos, también, viviendo el proceso más significativo de conversión y reforma que ha emprendido la Iglesia Católica luego del Concilio Vaticano II. Nada de esto puede ser discrecional u optativo de parte de quienes ejercen la autoridad en un momento determinado. El gran desafío de la Iglesia del tercer milenio, auspiciado por el Sínodo sobre la sinodalidad, es el de construir, entre todos y todas, la cultura eclesial y el modelo institucional propios de una Iglesia constitutivamente sinodal. El desafío ya fue expresado en el Documento Preparatorio que puso en marcha todo este proceso sinodal, al sostener que
“La capacidad de imaginar un futuro diverso para la Iglesia y para las instituciones a la altura de la misión recibida depende en gran parte de la decisión de comenzar a poner en práctica procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y cada uno puedan participar y contribuir (…). Para caminar juntos es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la «perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad» (UR 6; EG 26)” (Documento Preparatorio 9).
“Estamos ante la primera emergencia de un nuevo modo de ser y proceder en la Iglesia”
Estamos ante la primera emergencia de un nuevo modo de ser y proceder en la Iglesia, y si la sinodalidad es el camino que Dios espera para el tercer milenio, entonces tenemos que hacer todo lo posible para que nuestros modosrelacionales, las formas como nos comunicamos y las estructuras en las que hacemos vida, sean moldeadas por la sinodalidad, porque “la sinodalidad se revela como una dimensión constitutiva de la Iglesia desde sus orígenes, aunque todavía esté en proceso de realización” (IL 26).
“El camino sinodal no ha culminado. El Instrumentum Laboris no fue elaborado con la intención de cerrar el proceso iniciado en el 2021, sino que es un eslabón más que permite el paso de la primera a la segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos”
El camino sinodal no ha culminado. El Instrumentum Laboris no fue elaborado con la intención de cerrar el proceso iniciado en el 2021, sino que es un eslabón más que permite el paso de la primera a la segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. La primera a celebrarse en octubre del 2023 y la segunda en octubre del 2024. La primera sesión de la Asamblea del Sínodo busca dar los primeros pasos para construir el nosotros eclesial a partir de la interacción que se logre entre todos, algunos y uno. Procediendo de este modo, se “aportarán posteriores elementos de autoridad sobre los que las Iglesias locales serán llamadas a orar, reflexionar, actuar y contribuir con sus propias aportaciones” (IL 10). Es decir, se dará inicio a un nuevo proceso de discernimiento y construcción de consenso mediante un acto adicional de restitución de las conclusiones finales de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos —según se establece en Episcopalis Communio— a las Iglesias locales (IL 10).
“La sinodalidad no es simplemente el redescubrimiento de nuevas prácticas y dinámicas comunicativas, sino el emerger de un modo de ser y proceder que da forma y moldea a una figura de Iglesia y ‘si la Iglesia no es sinodal, nadie puede sentirse realmente en casa'”
Podemos concluir diciendo que el camino sinodal no sólo nos ha ayudado a descubrir que lo que Dios quiere es que retomemos su llamado a ser “una Iglesia de hermanas y hermanos en Cristo que, al escucharse mutuamente, son transformados gradualmente por el Espíritu” (IL 18). También, y de un modo particular, hemos “empezado a prestar más atención a «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2,7), con el compromiso y la esperanza de convertirnos en una Iglesia cada vez más capaz de tomar decisiones proféticas que sean fruto de la guía del Espíritu” (IL 31) y nos permitan construir la Iglesia del tercer milenio. Lasinodalidad no es simplemente el redescubrimiento de nuevas prácticas y dinámicas comunicativas, sino el emerger de un modo de ser y procederque da forma y moldea a una figura de Iglesia y “si la Iglesia no es sinodal, nadie puede sentirse realmente en casa” (DEC 24).